sábado, 1 de marzo de 2008

Andrea Gisela Ortiz Perea

Gisela nació en Chachapoyas, Amazonas. Ella y su hermano Luis Enrique Ortiz Vinieron a estudiar a Lima. Allá, entonces no había universidad. Ingresaron a La Cantuta y a San Marcos, cada uno a un par de carreras distintas. Hubieran querido seguirlas ambas, pero el dinero que les enviaban sus padres --maestro y técnica en enfermería-- no les alcanzaba. Eligieron La Cantuta.
Ambos internos, Gisela era la delegada de su pabellón. Sabía que entre ellos había senderistas infiltrados, lo mismo que militares. Lo suyo era estudiar. Gisela quería ser maestra, especializarse en Lengua y Literatura. Estaba en sexto ciclo. El jueves 16 de julio de 1992 Sendero Luminoso voló Tarata. Dos noches después, el Grupo Colina ingresó en La Cantuta y secuestró a nueve estudiantes y un profesor. Desde entonces, sus familiares han buscado conocer la verdad y que se castigue a los responsables. Gisela Ortiz es el rostro de esta causa. Tenía 20 años cuando desaparecieron a Luis Enrique. Lleva ya 15 años de lucha.
Estudios: Administradora de la Universidad Enrique Guzmán y Valle, La Cantuta.Edad: 35 años.
Cargo: Representante de las víctimas del crimen de La Cantuta
Parte de la entrevista en el comercio 02-10-2007:
Los críticos a su lucha no se han detenido a pensar en que hasta la fecha ustedes no saben por qué secuestraron, torturaron y mataron a sus familiares.¡Yo creo que ni los mismos Colina saben por qué lo hicieron! Lo que nosotros entendemos es que fue un acto de venganza, ¡por varias razones! En primer lugar, porque en 1991 nosotros rechazamos la presencia de Fujimori en La Cantuta. Me refiero a los alumnos internos.
¿Por qué lo hicieron?El Fujishock nos afectó como internos. En la universidad no había qué comer. De desayuno nos daban agua de apio con un camote sancochado. Así vivimos como seis meses. El almuerzo era caldo de arroz. A mí me empezó una anemia terrible, ¡así no podíamos estudiar! Entonces, ¿cómo íbamos a perdonar a un gobierno que nos maltrataba como estudiantes? Además, sabíamos que su presencia significaba una intervención en la universidad, que también traía la presencia militar.
Tras el secuestro de su hermano, su vida sufrió un cambio...¡Total! Cambió mi proyecto de vida. Mi objetivo --y el de mi hermano-- era estudiar, hacer una especialización y volver a Chachapoyas a trabajar; ayudar a nuestras hermanas menores. Pero cuando lo desaparecieron, no solo me olvidé de que tenía que estudiar, me dediqué de lleno a su caso --estos 15 años--; y hasta ahora no lo puedo dejar, pues esta situación de impunidad ¡todavía persiste!
Usted se ha convertido en la imagen de las víctimas de La Cantuta. ¿Cómo se forjó la líder?Con mucha responsabilidad. Fui asumiendo los papeles que muchos familiares dejaron de asumir. En un principio no quería dar declaraciones, y cuando hablaba, no dejaba que me fotografiaran. ¿Por qué? Porque vivía en un asentamiento humano en el Callao, con una familia que me había alojado --porque yo no tenía dónde vivir-- y me parecía irresponsable que por mi culpa los vayan a identificar y les hagan daño. Yo he vivido dos rastrillajes, he tenido que quemar documentos para evitar que me identificasen. No quería dar la cara abiertamente. Lo empecé a hacer a partir de 1993. Había otros familiares que habían asumido la lucha, gente quizá más preparada que yo, pero que fue dejando el tema, y de alguna manera fuimos quedando la señora Raida (Cóndor, madre de Armando Amaro) y yo. Y bueno, dentro de mí fui incorporando todo el proceso...

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